Restaurar cuando el perdón no es el punto final

"La verdadera profundidad de un proceso restaurativo se revela cuando hay cuidado: cuando el dolor se escucha, la verdad se honra y la relación se reconstituye, incluso sin pedir perdón."

He acompañado procesos restaurativos en escuelas, comunidades y sistemas de justicia juvenil. En ellos he estado presente en escenarios de conflicto, dolor, fractura y frustración. Un elemento que emerge frecuentemente es el perdón: algunos lo esperan, otros lo temen, y muchos lo confunden con una exigencia moral o institucional. Sin embargo, en la justicia restaurativa, el perdón no es un objetivo, ni una condición de cierre, ni un punto de llegada. Es, cuando ocurre, un efecto libre y profundo, que solo puede nacer de una experiencia relacional significativa.

En los procesos que facilito, he visto que el perdón suele aparecer prematuramente como una demanda: a veces formal, otras emocional, casi siempre cargada de ansiedad por «pasar la página». Pero cuando el perdón se exige, se banaliza. Se convierte en una respuesta anticipada al daño, sin darle tiempo a ser comprendido, ni a que quienes lo vivieron se reconozcan a sí mismos y al otro como sujetos plenos. Entonces, cuando el perdón no es el propósito imperativo de un proceso restaurativo, ¿Qué determina su avance y cumplimiento? ¿Qué lo sustituye al perdón como fin de un proceso restaurativo? Es lo que me propongo profundizar en esta reflexión.  

Desde las reflexiones éticas relacionales, lo que sustituye al perdón obligatorio es la experiencia del reconocimiento recíproco de la valía humana. Como planteó Martin Buber (1923), en la relación “Yo-Tú” el otro no es objeto ni problema, sino un ser que se revela en la reciprocidad. Restaurar es ver al otro más allá del daño causado o recibido. Cuando eso sucede, muchas veces, el perdón emerge. Pero otras veces no. Y eso también está bien.

Otra señal que marca la profundidad de un proceso restaurativo es la presencia del cuidado. Joan Tronto (1993) lo define como una práctica moral y política, mientras que María Lugones (2010) lo vincula con la ancestralidad y la interdependencia. Esto significa que el cuidado no es solo una actitud individual, sino una responsabilidad compartida que, desde tiempos ancestrales, sostiene la vida en comunidad. En los procesos restaurativos, el cuidado se manifiesta cuando el dolor es escuchado, la verdad encuentra un lugar y lo ocurrido no es banalizado. Restaurar es también cuidar: dignidades, vínculos y sentidos colectivos. Cuando hay cuidado, hay reparación significativa, incluso sin que el perdón haya sido expresado.

Paulo Freire afirmaba que toda transformación comienza en el diálogo que humaniza. Orlando Fals Borda proponía que no hay transformación sin participación viva. Restaurar no es volver a lo que era antes del conflicto, sino permitir que la relación dañada encuentre nuevas formas de existencia. Cuando eso ocurre, las personas pueden decir: “Ya no somos los mismos, pero podemos seguir desde aquí”. Esa es una forma de restaurar más profunda que cualquier declaración de perdón.

El perdón, cuando aparece, puede ser hermoso, sensible y significativo. Pero no es el centro del proceso restaurativo. Restaurar es generar condiciones para que la dignidad, el respeto y la confianza vuelvan a tener lugar. Es sostener el vínculo desde la lucidez, la responsabilidad compartida y la transformación.

La restauración se verifica no en la presencia o ausencia del perdón, sino en la capacidad de recomponer la valía y capacidad humanas, regenerar la confianza en el buen relacionamiento y abrir caminos de vida con agencia y transformación tras el daño. Restaurar es, en ese sentido, ir más allá del perdón.

  • Buber, M. (1923). Yo y Tú. Traducción de L. Villoro. Editorial Trotta.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
  • Fals Borda, O. (1986). Conocimiento y poder popular. Editorial Siglo del Hombre.
  • Lugones, M. (2010). Hacia un feminismo descolonial. En Pensamiento feminista latinoamericano. Ediciones del Signo.
  • Tronto, J. (1993). Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care. Routledge.

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