Restaurar más allá del perdón

"Cuando lo restaurativo se reduce a técnicas de convivencia dirigidas solo a estudiantes y no transforma estructuras de violencia, se vuelve decorativo, olvidando su esencia de sanación y fortalecimiento de los buenos vínculos"

He dedicado los últimos años a orientar procesos restaurativos en escuelas, comunidades y sistemas de justicia juvenil. Como facilitador y formador, además de acompañar procesos de fortalecimiento comunitario, he estado en el centro de procesos que nacen del conflicto, del dolor, de la fractura y la frustración. Y si algo he aprendido, es que allí donde pareciera no haber posibilidades de equilibrio y justicia, puede surgir una forma distinta de estar en el mundo: no desde el juicio ni desde la imposición de expectativas ajenas, tampoco con respuestas inmediatas —a veces expresada en gestos vacíos, formales o emocionalmente distantes, en actitudes apresuradas o expresiones inconscientes de perdón que buscan resolver el daño sin procesarlo, sino y sobre todo desde un fortalecimiento del sentido consciente del respeto, el cuidado y la capacidad de agencia.

La facilitación restaurativa requiere prácticas que no se limiten solo a tratar el daño causado y experimentado, sino que también busca comprender las causas, reconstruir y fortalecer lo esencialmente afectado: reponer lo profundamente perdido —la dignidad humana, la confianza en el buen relacionamiento y la lucidez para comprender y decidir frente a los contextos y realidades personales y sociales—. Una práctica que abre camino a la transformación, previene la repetición del daño y cultiva la libertad y la plenitud de la vida.

Uno de los temas que con más frecuencia emergen en los procesos restaurativos es el del perdón. Dentro de las facilitaciones es recurrente encontrar que algunos lo esperan, otros lo rehuyen, y muchos lo confunden con una exigencia moral o institucional, esto no solo es recurrente en las personas y comunidades en condición de víctima u ofensa, incluso en quienes proponen y activan escenarios de restauración sin el suficiente entrenamiento. Sin embargo, en la justicia restaurativa, el perdón no es un objetivo, una condición de cierre, ni punto de llegada de un procesos de acompañamiento y facilitación. Es, cuando ocurre, un efecto, profundo y libre, que solo puede nacer de una experiencia personal relacional significativa. Entonces, si el perdón no es el fin, ¿Qué marca que un proceso restaurativo ha cumplido su sentido?

Podríamos decir que lo que sustituye al «perdón obligatorio» es la experiencia de reconocimiento propio y del otro como valía humana. Como plantea Martin Buber (1923) en su filosofía del diálogo y la relación, el sentido profundo del encuentro humano reside en la relación «Yo-Tú», donde el otro no es un objeto que se analiza ni un problema que se resuelve, sino un ser que se revela en la reciprocidad del reconocimiento y la dignidad compartida.

La restauración se siente «completa» cuando ese otro, que fue dañado prioritariamente o que causó daño, es reconocido en su condición de sujeto pleno: no reducido al dalo o su falta, no absorbido por la herida vivida o causada. Esta relación no se impone; se construye en la atención mutua y en la posibilidad de responderse sin manipulación ni juicio. Y esa respuesta es, muchas veces, la que permite decir: “a pesar del daño, podemos volver a habitar la dignidad, retornar al sano relacionamiento y a la lucidez que nos encamina hacia la transformación y la plenitud de vida.”

Otra señal que indica la profundidad de un proceso restaurativo es la presencia del cuidado como acción compartida. Las reflexiones del cuidado como un acto colectivo viene siendo propuesto y trabajado ampliamente por feministas, la estadounidense Joan Tronto (1993) propone que el cuidado no es un acto privado o femenino, sino una práctica moral y política. María Lugones (2010) propone un cuidado basado en la ancestralidad, una ética del cuidado en clave comunitaria e interdependiente. Cuidar implica prestar atención, asumir responsabilidad, estar dispuesto a actuar por el bienestar del otro. En los procesos de facilitación restaurativa, esto se manifiesta cuando quienes participan pueden expresar, con palabras, símbolos o gestos, que su dolor fue escuchado, que su verdad tuvo un lugar, y que lo ocurrido no fue banalizado. Cuando hay cuidado, hay sentido de reparación, incluso sin acuerdos formales o finales felices.

Y finalmente, otro criterio que orienta la satisfacción de un proceso restaurativo es la transformación en las relaciones. Paulo Freire, desde su pedagogía del oprimido, planteó que toda transformación comienza en el diálogo que humaniza, cuando el otro no es objeto de intervención, sino sujeto que co-crea. Y Orlando Fals Borda, desde la investigación-acción participativa, insistió en que no hay transformación sin participación viva, sin conversación situada, sin vinculación profunda entre saber, hacer y sentir. Restaurar, entonces, no es “volver a como estaban las cosas antes del conflicto”, sino permitir que el vínculo dañado encuentre nuevas formas de existencia. A diferencia del perdón, que es íntimo y muchas veces invisible. Restaurar, entonces, no es «volver a como estaban las cosas antes del conflicto», sino permitir que desde lo colectivo la vida dañada encuentre nuevas formas de existencia. Transformación es cuando las personas, tras un proceso restaurativo, logran decir: «ya no somos los mismos, pero podemos seguir desde aquí». 

La mirada que aquí propongo sobre el perdón nace de mi experiencia como facilitador en procesos restaurativos, donde he constatado que el perdón no es el centro ni el fin, sino apenas una posibilidad entre muchas. Su fuerza no reside en un gesto expresivo ni en una exigencia moral, sino en lo que sucede cuando el daño se nombra, el otro es reconocido como sujeto pleno y la relación puede transformarse. Aunque este enfoque parte de mi práctica, reconozco los avances que vienen desbordando la visión del perdón como acto meramente individual o privado. Desde esta perspectiva, la restauración se verifica no en la presencia o ausencia del gesto inmediatista o prescriptivo de perdón, sino en la capacidad de regenerar confianza, recomponer el buen relacionamiento,  y abrir caminos de vida transformativos después del daño. Restaurar es, en ese sentido, ir más allá del perdón.

  • Buber, M. (1923). Yo y Tú. Traducción de L. Villoro. Editorial Trotta.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
  • Fals Borda, O. (1986). Conocimiento y poder popular. Editorial Siglo del Hombre.
  • Lugones, M. (2010). Hacia un feminismo descolonial. En Pensamiento feminista latinoamericano. Ediciones del Signo.
  • Tronto, J. (1993). Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care. Routledge.

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