Ensamblar la vida sobre ruinas relacionales

"En medio del daño, no buscamos volver al pasado, sino crear algo nuevo con lo que queda. Como un ensamble, restaurar es componer relaciones vivas con atención, cuidado y presencia."

La seta del fin del mundo de Anna Tsing, muestra cómo la vida persiste en las ruinas mediante colaboraciones, como ensamblajes, la lectura de este texto me ha llevado a pensar la práctica restaurativa como un montaje colectivo: un tejido relacional que posibilita y fortaleza la vida tras la devastación de un bajo o mal relacionamiento. Mi experiencia en la facilitación de entornos y experiencias restaurativas me ha enseñado que el centro no está en la técnica, ni en el procedimiento, ni siquiera en la intención individual. El centro es siempre las relaciones y sus posibilidades. Lo que sucede entre las personas. Lo que emerge cuando nos damos la oportunidad de mirar la vulnerabilidad, limitaciones y el daño sin huir, de escuchar sin responder, de hacer silencio sin desaparecer.

Acompañando círculos, reuniones restaurativas y espacios de formación en comunidades, escuelas y el Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente, he comprendido que no se trata simplemente de resolver problemas, sino de crear entornos que operan como talleres de ensamblaje relacional: espacios donde se entretejen voces, gestos, pausas, silencios y decisiones compartidas.

Encontrarme con las reflexiones Anna Tsing ha sido providencial. En medio de mi interés por comprender cómo florecen capacidades y posibilidades en medio del daño y el delito, la Seta del fin del mundo me reconectó con una imagen radicalmente restaurativa del mundo en medio de la devastación: la vida no sobrevive por control ni planificación, sino por ensambles precarios que se sostienen gracias a la atención, la escucha y la interdependencia.

Tsing nos habla del matsutake, una seta que crece solo en condiciones de alteración, entre residuos de la tala o en suelos perturbados. Pero más que un hongo, el matsutake se convierte en una metáfora de cómo la vida se rehace en los márgenes, sin pureza ni promesas, sino mediante asociaciones inesperadas entre humanos, en incluso entre lo no humanos. Ella escribe:

“La vida continúa en las ruinas, no a pesar de ellas, sino con ellas.”
(Tsing, 2021, p. 5)

Al leer eso, pensé en las historias de daños que he acompañado o asesorado desde las prácticas restaurativas. ¿No es acaso cada proceso restaurativo una forma de vida que continúa en las ruinas de una relación rota? ¿No es el trabajo restaurativo un cultivo de nuevas posibilidades en los márgenes del sistema, donde ya nadie espera nada?. 

Resalto también otra afirmación de Tsing:

“Las relaciones no son cosas que existan; son patrones siempre cambiantes.”
(Tsing, 2021, p. 33)

Desde esta perspectiva, como en los ensambles musicales que cuando alguien se equivoca no es castigado o expulsado, sino que se le corrige colectivamente y el grupo lo espera para volver a la armonía, un proceso restaurativo no busca fijar responsabilidades como quien sentencia o mide, sino acompañar el movimiento relacional que permite que el daño sea reconocido, que el otro vuelva a tener un lugar, que la comunidad recupere su voz. Se trata, más que de resolver, de ensamblar: personas, sentidos, tiempos, memorias.

Y ahí fue cuando el concepto de ensamble se me convierte en algo más que una metáfora: se volvió método, ética y filosofía restaurativa, transformativa. Un ensamble —como en la música— no es solo un grupo tocando. Es un arte de co-presencia atenta y responsable, donde cada quien aporta sin acallar al otro. Donde hay lugar para el error, porque el error también revela una necesidad, un momento de parar y hacer un silencio compartido, porque el silencio no es vacío, sino escucha.

He pensando que en los procesos que acompaño debo usar más la imagen de la «composición» para hablar de los proceso restaurativos. En un círculo no buscamos que todos digan lo mismo, ni que estén de acuerdo. Lo que buscamos es que se escuchen desde donde están, y que ese acto de escucharse con honestidad genere una música colectivizada distinta. No solistas, ni sinfonías perfectas, sino un ritmo común, frágil, pero real y participativo. Aquí la experiencia del ensamble musical cobra sentido como metáfora de las relaciones en continua restauración.

La restauración no se impone, se ensambla: nace cuando las diferencias y/o los daños se afinan y resuelven en clave y posibilidad ética fortalecer el relacionamiento. Emmanuel Levinas, pensador del rostro y la alteridad, nos recuerda que el buen trato (la ética) no comienza con la norma, sino con el rostro del otro. En Totalidad e infinito, escribe:

“La relación con el otro es una relación con el misterio.”
(Levinas, 1961)

Y es justo eso lo que ocurre en los procesos restaurativos: nos acercamos al misterio del otro, no para explicarlo ni dominarlo, sino para responder a su presencia. Una presencia que nos afecta, nos descoloca, nos convoca.

La irreversiilidad de la acción humana, plantado por Hannah Arendt, en su ensayo La condición humana, nos recuerda que cada acto deja huella y no podemos deshacerlo. Pero ante la imposibilidad de borrar lo sucedido, aparece la posibilidad de resignificar el dolor y asumir responsabilidades de reparación y transformación. Es decir, posibilidades para restaurar la confianza y abrir un futuro de plenitud.

Así como el matsutake crece en suelos perturbados, la práctica restaurativa emerge en contextos de fractura. Pero lo hace no para volver al pasado, sino para crear-ensamblar nuevas formas de habitar en valía, confianza y lucidez. El ensamble no restaura la melodía anterior: inventa otra, con lo que quedó, con lo que duele, con lo que aún suena.

La restauración, como el ensamble, es un arte de la incertidumbre. Requiere presencia, no control; humildad, no protagonismo; disponibilidad, no prescripción. Es un proceso de composición colectiva donde cada quien se convierte, por un momento, en parte de algo más grande, no porque se pierda en el grupo, sino porque su singularidad se vuelve necesaria para que la música tenga sentido.

Hoy creo que todo proceso restaurativo debería asumirse como un ensamble. No como solución cerrada, sino como tentativa viva. Como un ensayo del mundo posible después del dañoY si la justicia restaurativa ha de perdurar en medio de sistemas punitivos, exclusiones históricas y fragmentaciones sociales, será porque supimos construir con lo que había, porque fuimos capaces de ensamblar con cuidado, incluso entre ruinas

Referencias:

  • Arendt, H. (1993). La condición humana. Barcelona: Paidós. (Obra original publicada en 1958).

  • Heidegger, M. (1997). Carta sobre el humanismo. Barcelona: Ediciones del Serbal. (Obra original publicada en 1947).

  • Levinas, E. (2006). Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: Sígueme. (Obra original publicada en 1961).

  • Tsing, A. L. (2021). La seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas del capitalismo. Capitan Swing.. Princeton University Press.

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