Transformaciones del Facilitador Restaurativo

"Lo que no anticipamos al formarnos y ocuparnos en la facilitación restaurativa, es que también emprendemos un camino de profunda transformación personal."

Quienes nos acercamos al mundo de las prácticas restaurativas solemos hacerlo con la intención de generar vínculos más justos en contextos educativos o comunitarios, contribuir al cambio acompañando personas y grupos en conflicto o propiciando procesos profundos de reconocimiento, responsabilización, reparación y no repetición con quienes han causado y quienes han sufrido daño. Sin embargo, lo que pocas veces anticipamos —y que la experiencia confirma una y otra vez— es que este trabajo también nos transforma profundamente. En el centro de esa transformación, se encuentra algo más que lo técnico: lo ético.

La formación en prácticas restaurativas no solo entrega herramientas para la facilitación de procesos de educación relacional, círculos, mediaciones, reuniones o conferencias restaurativas. Su verdadero potencial radica en generar una transformación ética en quienes facilitan estos procesos. Es decir, un giro en la forma de ver y relacionarse con el otro, de comprender el conflicto, de ejercer el poder y de habitar y exteriorizar los vínculos, competencias necesarias para convocar y provocar la restauración. Como afirma Zehr (2002), la justicia restaurativa no es únicamente un conjunto de técnicas o procedimientos alternativos, sino una visión del mundo que nos invita a poner en el centro la dignidad humana, la confianza, la corresponsabilidad y la sanación.

Desde esta perspectiva, la transformación ética implica pasar de un rol interventor-operador a uno facilitador. Mientras el primero actúa desde la lógica de controlar, corregir o solucionar el problema del otro, el segundo se posiciona desde el acompañamiento respetuoso, el cuidado de las relaciones y la generación de espacios seguros donde todos los actores puedan alcanzar comprensiones profundas, asumir responsabilidades y encontrar nuevos sentidos. Como lo expresa Wachtel (2003), el enfoque restaurativo es ante todo una práctica relacional, cuyo impacto no depende tanto de la técnica como de la coherencia ética del facilitador.

Este cambio ético no ocurre solo en el plano profesional. En encuentros posteriores a las capacitaciones que ofrezco, son muchos los facilitadores que relatan cómo la formación en prácticas restaurativas les ha llevado a revisar y transformar sus propias formas de comunicar, de ejercer autoridad, de asumir errores y de resolver conflictos, tanto en el trabajo como en su vida personal. Como afirman Evans y Vaandering (2016), una educación restaurativa verdaderamente transformadora no se limita a transmitir contenido, sino que modela una forma distinta de estar en el mundo: más humana, más relacional, más coherente con los valores y los vínculos que queremos.

En este proceso, la escucha profunda, la autorreflexión y el reconocimiento de la propia vulnerabilidad se convierten en pilares del practicante restaurativo. No es posible acompañar procesos de responsabilización, reparación y transformación si no estamos dispuestos a mirarnos también a nosotros mismos, a reconocer cómo nuestras propias experiencias, sesgos o heridas pueden interferir o resonar con las historias que facilitamos. Esta conciencia ética del rol es lo que permite actuar con integridad y respeto, aún en escenarios institucionales que muchas veces siguen operando desde lógicas punitivas.

El facilitador restaurativo, en su madurez, no se limita a aplicar protocolos. Encierra en su labor una dimensión pedagógica y política: modela y enseña la posibilidad de una justicia que no excluye ni humilla, sino que repara y transforma. Como plantea Gavrielides (2008), la justicia restaurativa solo puede realizarse plenamente si es habitada por personas que encarnan sus valores, que confían en el potencial de cambio de los demás porque también han recorrido sus propios caminos de transformación.

En tiempos de punitivismos y sistemas retributivos, donde la reactividad, la desconfianza y el castigo se imponen como respuestas inmediatas no solo al daño, sino también a las diferencias y divergencias, la ética restaurativa del facilitador se vuelve un acto radical: propone detenerse, escuchar, comprender y construir con otros nuevas posibilidades de la valía, la confianza, la lucidez y la plenitud de la vida humana. Transformarse como facilitador, en últimas, es una forma de apostar por un mundo más humano, desde los vínculos más pequeños hasta los sistemas más grandes.

Referencias:

  • Evans, K., & Vaandering, D. (2016). The Little Book of Restorative Justice in Education. Good Books.
  • Gavrielides, T. (2008). Restorative justice theory and practice: Addressing the discrepancy. European Institute for Crime Prevention and Control.
  • Wachtel, T. (2003). Definiendo qué es restaurativo. International Institute for Restorative Practices.
  • Zehr, H. (2002). El pequeño libro de la justicia restaurativa. Good Books.

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