Restaurar más allá del perdón
Evert Silva Aliaga2025-06-29T11:31:39-05:00Cuidar al otro en lo roto: restaurar sin olvidar
He dedicado los últimos años a acompañar procesos restaurativos en escuelas, comunidades y sistemas de justicia juvenil. Como facilitador y formador, he estado en el centro de círculos que nacen del conflicto, del dolor, de la fractura. Y si algo he aprendido es que allí donde pareciera no haber posibilidad de encuentro, puede surgir una forma distinta de estar con el otro, no desde el juicio ni la exigencia, sino desde el cuidado. Un cuidado que no busca reponer lo perdido, sino reconstituir la dignidad, abrir una posibilidad.
Uno de los temas que con más frecuencia emergen en estos procesos es el del perdón. Algunos lo esperan, otros lo rehuyen, y muchos lo confunden con una exigencia moral o institucional. Sin embargo, en la justicia restaurativa, el perdón no es un objetivo ni una condición de cierre. Es, cuando ocurre, un efecto profundo y libre, que solo puede nacer de una experiencia relacional significativa. Entonces, si el perdón no es el fin, ¿qué marca que un proceso restaurativo ha cumplido su sentido?
Podríamos decir que lo que sustituye al «perdón obligatorio» es la experiencia de reconocimiento mutuo. Como plantea Martin Buber (1923), el sentido profundo del encuentro humano reside en la relación «Yo-Tú», donde el otro no es un objeto que se analiza ni un problema que se resuelve, sino un ser que se revela en la reciprocidad. La restauración se siente «completa» cuando ese otro, que fue dañado o que causó daño, ha sido reconocido en su condición de sujeto pleno. No reducido a su falta, no absorbido por su herida. Esta relación no se impone, se construye en la atención mutua y en la posibilidad de responderse sin manipulación ni juicio. Y esa respuesta es, muchas veces, la que permite decir: «a pesar del daño, podemos volver a habitar el vínculo».
Otra señal que indica la profundidad de un proceso restaurativo es la presencia del cuidado como acción compartida. Joan Tronto (1993) propone que el cuidado no es un acto privado o femenino, sino una práctica moral y política. Cuidar implica prestar atención, asumir responsabilidad, estar dispuesto a actuar por el bienestar del otro. En los círculos restaurativos, esto se manifiesta cuando quienes participan pueden expresar, con palabras o gestos, que su dolor fue escuchado, que su verdad tuvo un lugar, y que lo ocurrido no fue banalizado. Cuando hay cuidado, hay sentido de reparación, incluso sin acuerdos formales o finales felices.
Y finalmente, otro criterio que orienta la satisfacción de un proceso restaurativo es la transformación en las relaciones. Judith Butler (2006), desde su teoría de la vulnerabilidad, plantea que los cuerpos y las vidas humanas están expuestos y entrelazados de forma inevitable. La justicia no puede ignorar esa condición: debe partir de ella. Restaurar, entonces, no es «volver a como estaban las cosas antes del conflicto», sino permitir que el vínculo dañado encuentre nuevas formas de existencia. Transformación es cuando las personas, tras un proceso restaurativo, logran decir: «ya no somos los mismos, pero podemos seguir desde aquí».
He visto jóvenes que agredieron a otros sentarse en silencio, sin saber cómo empezar. He visto víctimas que llegan con rabia y desconfianza, y que al ver que nadie las quiere convencer de nada, se permiten hablar. En esos espacios, el tiempo no es lineal: a veces es necesario volver varias veces sobre el mismo gesto, sobre la misma palabra. Lo restaurativo no avanza por procedimientos, sino por relaciones. Y esas relaciones, para florecer, requieren afecto, memoria y escucha.
Cuando acompaño un proceso restaurativo, intento recordar que no estoy allí para arreglar a nadie. Estoy para abrir un espacio donde sea posible reensamblar lo roto, no necesariamente como estaba antes, sino de un modo que permita a cada quien volver a tener un lugar. A veces eso se logra con una palabra; otras veces con el simple hecho de haber sido escuchado sin interrupciones.
Hay quienes creen que la justicia restaurativa es ingenua. Que no basta con conversar, que hay que castigar, controlar, prevenir. Pero lo restaurativo no niega el conflicto ni suaviza el daño. Lo enfrenta desde otra lógica: la de lo humano. Y lo humano es frágil, contradictorio, pero también capaz de reinventarse.
Cuando pienso en la práctica restaurativa como una forma de cuidado y de transformación, me resuena la imagen de los bosques interconectados que describe Peter Wohlleben (2015) en La vida secreta de los árboles. Wohlleben revela cómo los árboles se comunican, se protegen mutuamente, e incluso cuidan de los más débiles a través de redes subterráneas invisibles. Esa red de apoyo silencioso, que permite la supervivencia del bosque como comunidad, guarda una bella analogía con los procesos restaurativos: no se trata de intervenciones aisladas, sino de vínculos que se entretejen en profundidad. Así es también la restauración: un entramado vivo y sensible, donde cada gesto, cada silencio, y cada acto de escucha fortalecen el bosque común que compartimos.
En tiempos donde lo punitivo sigue siendo la respuesta inmediata, hablar de cuidado puede parecer contracultural. Pero precisamente por eso es urgente. Porque necesitamos formas de justicia que no se limiten a reparar objetos, sino que restauren la posibilidad de habitarnos con dignidad. Porque si algo aprendimos en estos años de acompañar el daño, es que el otro, incluso el que erró, merece un lugar desde donde pueda reensamblarse.
Y ese lugar no se decreta. Se construye, con tiempo, escucha, memoria y afecto. Esa es, tal vez, la tarea más profunda del facilitador: no aplicar una técnica, sino cuidar el espacio para que el encuentro sea posible. Ahí, entre lo no dicho, lo que duele y lo que aún resiste, florece la restauración como gesto de humanidad compartida.
Referencias:
Buber, M. (1923). Yo y tú. (Versión española consultada: Ediciones Sígueme, 2008).
Tronto, J. (1993). Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care. Routledge.
Butler, J. (2006). Vida precaria: El poder del duelo y la violencia. Paidós.
Wohlleben, P. (2015). La vida secreta de los árboles: lo que sienten, cómo se comunican. Editorial Obelisco.
Referencias:
Evans, K., & Vaandering, D. (2016). The little book of restorative justice in education: Fostering responsibility, healing, and hope in schools. Good Books.
McCluskey, G. (2009). Restoring the possibility of change? A restorative approach with troubled and troubling girls. International Journal on School Disaffection, 6(2), 13–21.
Walgrave, L. (2003). Restorative justice and the law. Willan Publishing.
Zehr, H. (2002). El pequeño libro de la justicia restaurativa. Good Books.
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