La empatía no siempre basta, el respeto también restaura

"Cuando la empatía no es posible, el respeto sostiene. Restaurar relaciones implica también compromiso ético, responsabilidad mutua y reconocimiento del otro, incluso sin afinidad emocional ni cercanía afectiva."

En los últimos años, los discursos educativos y comunitarios han otorgado un lugar central a la educación socioemocional, subrayando la importancia de habilidades como la empatía, la compasión, la escucha activa o la autorregulación emocional. Estos recursos son esenciales para construir vínculos saludables y restaurarlos cuando han sido dañados. Sin embargo, en la práctica cotidiana —especialmente en contextos marcados por la injusticia, el dolor acumulado o la desconfianza— no siempre es posible activar o sostener estos afectos. ¿Qué hacer cuando la empatía no alcanza? ¿Cuando el otro me resulta inaccesible, extraño o incluso hostil?

En mis prácticas pedagógicas de acompañamiento de la convivencia y en la facilitación de procesos restaurativos, he constatado que no siempre conseguimos ser empáticos, ni con todo el mundo, ni en todo momento. La convivencia y la restauración relacional, entonces, no puede depender exclusivamente de una sintonía emocional. Requiere también de una base ética que nos permita sostener el vínculo incluso en la ausencia de afecto. Propongo el concepto de “sociorespeto” como una dimensión necesaria y complementaria a lo «socioemocional», el sociorespeto es un campo que articula valores, exigencias, principios comunes y responsabilidad ética con el otro, más allá de lo que siento.

Este planteamiento logra fundamentarse en la propuesta de Adela Cortina, quien en su obra Ética mínima (1986) propone una ética cívica basada en principios compartidos que permitan la convivencia en sociedades plurales. Nada diferente de la construcción y adhesión a valores comunes practicados en los Círculos de paz Para Adela Cortina, la ética mínima no es una ética sin exigencia, sino una ética de mínimos racionales y consensuados, que sostienen la legitimidad de nuestras acciones en el espacio relacional público. En su marco, valores como el respeto, la no maleficencia, la justicia o la reciprocidad no dependen del afecto, sino del reconocimiento del otro como sujeto moral y político.

El enfoque restaurativo sin duda puede enriquecerse profundamente desde esta mirada. Restaurar no es solo volver a sentir cercanía; es actuar con conciencia, incluso sin cercanía empática – emocional. La facilitación restaurativa, en consecuencia, no es únicamente una mediación sociemocional, sino también un acompañamiento ético, la facilitación restaurativa ayuda a las personas a reconocerse y reconocer al otro como humanos, a asumir responsabilidad y a establecer acuerdos basados en el respeto mutuo, el cumplimiento de lo pactado y el compromiso de honrar la dignidad de todos los involucrados.

En este sentido, el respeto no es la ausencia de daño, sino la conciencia de la condición humana y la presencia del compromiso humanitario, es decir, la decisión activa de no ser indiferente ante el sufrimiento y las necesidades del otro. Restaurar, entonces, es también sostener el vínculo desde la exigencia compartida, el cumplimiento ético y el reconocimiento del otro como un “otro yo”, incluso cuando no logro sentir como él o ella.

Por eso propongo que junto a la educación emocional, cultivemos también una pedagogía de las relaciones que cuide, enseñe, corrija y exija el sociorespeto: esa capacidad humana de actuar con lucidez, exigencia ética y responsabilidad compartida, aún en medio del conflicto, el dolor, la frustración o la indiferencia. Porque el mundo que queremos restaurar no se construye solo con sensibilidad, sino también con carácter y buen proceder.

Referencias:

  • Cortina, A. (1986). Ética mínima: Introducción a la filosofía práctica. Madrid: Tecnos.
  • Zehr, H. (2015). El pequeño libro de la justicia restaurativa. Good Books.

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